lunes, 23 de noviembre de 2015

PREMIOS: VULGAR PROPAGANDA

     Hay que tener muy amplias tragaderas y nada mejor cuando se trata de comidas y bebidas, para engullir la permanente y muy repetida tomadura de pelo que supone la invasión de premios de todas las clases y procedencias que nos asaetan continuamente desde todos los anuncios, etiquetas, campañas de publicidad y reclamos comerciales de todo tipo.

     Ni siquiera los más famosos se salvan de merecidas críticas y obligan a pensar que más que los méritos se premian otras circunstancias, condiciones o relaciones más que dudosas. Hasta las famosas y acreditadísimas estrellas Michelín me hacen dudar del criterio utilizado para su concesión cuando las veo ondear jactanciosas en algunos establecimientos después de saber que, como ocurrió en Mallorca, en el año 2010, le fue concedida una a un restaurante que se encontraba cerrado desde hacía varios meses. Pero eso no es nada si lo comparamos con el patinazo, o lo que sea, que cometieron cuando, no  recuerdo donde pero creo que fue en Bélgica, unos años atrás, concedieron también una primera estrella a un restaurante que no había abierto sus puerta todavía y se encontraba aún en obras con el consiguiente escándalo mediático

   Así encontramos contínuamente premios, diplomas y distinciones varias otorgados a cervezas, vinos, jamones, quesos, conservas, etc., etc. que han sido concedidos en miles de concursos efectuados a lo largo y ancho de todo el mundo por miles de jurados desconocidos o, cuando menos, compuestos por miembros que no pueden acreditar conocimientos, experiencia o profesionalidad que justifique suficientemente su capacidad para juzgar unas calidades y cualidades a veces muy difíciles de reconocer incluso por los más expertos.

     ¿Quien otorga esos premios? ¿En que se basan? ¿que méritos acreditan?

     A  mi juicio muy pocos por no decir ninguno y cuando me ofrecen algo premiado o galardonado empiezo por desconfiar de la calidad publicitada al no merecerme ninguna confianza la mayoría de esos premios que, salvo muy pocos de renombre universaal, solo cumplen la función de adornar una vitrina, justificar un marchamo de calidad y elevar, sensiblemente, el precio o las ventas del producto galardonado.

     He visto, recientemente, multitud de cervezas, sobre todo artesanales, colmadas de premios de todas las procedencias, colores y rimbombantes títulos. Entre ellas me he topado con un considerable número de las galardonadas con el epígrafe de "La Mejor del Mundo". Pero ¿como pueden ser 'la mejor del mundo' varias al mismo tiempo y con características tan parecidas? Digo yo que 'La Mejor', así en singular, será solo una: LA MEJOR y hay no hay discusión que valga si el título se lo han otorgado expertos reconocidos o técnicos catadores de indiscutible y reconocida valía profesional.

     Con los vinos pasa lo mismo que con las cervezas y se otorgan diplomas y medallas de oro, de plata y de lo que sea con una alegría realmente desbocada y sin que medie ningún organismo oficial de primer nivel que las avalen porque en los niveles inferiores tampoco se cortan en absoluto de otorgar reconocimientos a troche y moche.

   Y pasa lo mismo con los quesos. Y con los jamones. Y con las conservas. Y con... bueno, con todo lo habido y por haber.

     Yo sospecho que estos premios, títulos, galardones, diplomas, medallas y otros honores, cuando no están respaldados por un organismo oficial que los avale son poco más que una tomadura de pelo concedida exclusivamente con fines amistosos, comerciales, publicitarios o, incluso políticos.

   De entrada puedo garantizar, para terminar este comentario, que he sido testigo de la manera en que fue otorgado un premio importante del que no puedo revelar por secreto profesional, ni quien lo daba ni quien lo recibía pero que puede servir como ejemplo de otros mucho y cuya gestación pasó por toda una negociación entre quien otorgaba el premio y quien era el agasajado, tasando la cantidad que este último tenía que gastar en publicidad, tanto previa como posterior a la entrega, cuantas entradas, a un precio realmente muy elevado, tenía que adquirir para el acto de concesión en un lujoso establecimiento y cuanto debía abonar por su aparición en el programa del evento. Todo ello sin contar el precio impuesto al propio trofeo que había de recibirse. Unos costos, todos ellos, considerablemente hinchados a beneficio del otorgante de la distinción.

     Si alguno de los que me leen ha sido alguna vez galardonado por las aves de rapiña a que me he estado refiriendo, ya sabe de lo que hablo y conoce la veracidad y justificación que contiene mi queja

     Y, después de todo ésto, ¿estaremos en condiciones de elegir una cerveza, un vino, un queso o cualquier otra cosa en función de los premios, medallas o galardones que adornen su publicidad?.

     Pues miren ustedes YO NO.

NOTA: Las imágenes lo son solamente a título ilustrativo y no guardan relación directa con lo expresado en el texto.










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