martes, 3 de noviembre de 2015

PONME UN CAÑA

     Suele ser lo habitual y continuamente lo escuchamos en bares, tabernas (aunque ya quedan pocas, por desgracia) y cafeterías: "Ponme (o póngame) una caña" 0 "ponme (o póngame) una cerveza". Así. Sin más.

     Esta es la manera habitual de pedir la bebida mas antigua e internacional del mundo que define poco o nada nuestros gustos o preferencias ante una variedad que me atrevería a asegurar que permanece ignorada para la inmensa mayoría de los consumidores por mucho que se declaren aficionados a la rubia dorada y espumosa.

     Ante esta realidad cotidiana algo habrá que decir que aclare el panorama de la práctica habitual, y para muchos diaria, de consumir un producto que ofrece una impresionante variedad de características organolépticas en cuanto a sabor, textura, aromas, etc. Pero no quiero entrar aquí en extensas consideraciones demasiado técnicas y reservadas a los expertos ya que considero más útil referirme, aunque con la brevedad propia de un blog, exclusivamente, a la completísima panoplia de los sabores que nos ofrece la cerveza en sus diferentes métodos de elaboración, marcas, variedades, nacionalidades y otros detalles previos a su llegada a los mostradores.

     Suelo encontrarme, a menudo, con quienes al hablar de la cerveza me dicen "a mi no me gusta la cerveza" a los que yo, con toda naturalidad suelo preguntarles: ¿cual de ellas, porque hay más de seis mil variedades?. Lo que suele provocar no poca sorpresa en los interlocutores.

     Mas de seis mil. Nada menos. Y condicionadas sus características a componentes tan variados como las diferentes levaduras, los cereales de diferentes tipos y características, los lúpulos de muchas procedencias e incontables efectos aromatizantes e, incluso, las frutas utilizadas para incluir sabores o aromas diferentes en el producto final sin desvirtuar la esencia misma de la cerveza.

     Si seguimos la pauta marcada por los catadores experimentados (entre los que no me cuento) tendré que empezar por referirme al proceso del malteado por ser el primero que tiene lugar en la producción cervecera.

     Se derivan estos sabores del proceso de preparación de la malta y podemos encontrar matices diferentes derivados del tostado o torrefactado del grano o ahumados, también generados en el tueste. Junto a éstos otros sabores acaramelados, especiados, con recuerdos a especias conocidas: maltosos, algo dulzones o aquellos que nos recuerdan sabores o aromas a miel, chocolate, nuez, café, galletas y otros muchos que provienen del tipo de cereal utilizado, del país o la zona de su cultivo y hasta de la forma de su recolección, transporte, almacenamiento y uso posterior hasta llegar a la malta que será la "madre" de la cerveza.

     Siguiendo con el proceso encontramos los sabores derivados del producto mas importante en la aromatización y saborización de la cerveza. El mágico lúpulo que, desde la más remota antigüedad, se usó para dar no solo sabores sino también propiedades antisépticas a la bebida que ayudaba a evitar las infecciones producidas por aguas no siempre saludables y generalmente transmisoras de enfermedades de todo tipo ante su falta de depuración.

     Se encuentran, por este motivo, junto a los diferentes niveles de amargor que constituyen la característica principal del lúpulo, sabores claramente definidos a hierbas verdes o especias, a flores, con aromas claramente fragantes o a frutas, entre las que se pueden diferencias las tropicales, los cítricos, los frutos rojos y otros muchos que diferencian claramente unas cervezas de otras, como ocurre con las elaboradas en los alrededores de Bruselas donde las levaduras salvajes existentes en la atmósfera (la Saccharomyces bruselensis) producen unas cervezas que suelen enriquecerse con aromas a diversos frutos o a los producidos por dilatadas estancias en cubas de madera para una maduración que enriquece su personalidad.

     A toda esta variedad de sabores tenemos que añadir los que, de manera más o menos artificial, se añaden al producto final durante el periodo de maduración y que pueden recoger tanto olores y aromas de flores y frutos como algunos indeseables derivados de la presencia en las cubas de óxidos de hierro o de envejecimiento de las maderas e, incluso, de la presencia de hongos que contaminan el sabor final del producto.

     Todo un completísimo abanico de sensaciones gustativas y aromáticas que se añaden a todas las demás propiedades que nos ofrecen las cervezas estableciendo diferencias entre ellas que llegan a hacerlas tan diferentes entre sí como puedan ser los vinos u otras bebidas en las que nos esforzamos en hallar matices y diferenciaciones que, desafortunadamente, despreciamos a la hora de beber cerveza.

     Precisamente por todo lo expuesto quiero terminar esta entrada con la recomendación que realizo siempre cuando hablo de cervezas en clases, charlas o conferencias sobre cervezas, en cualquiera de los foros en los que se suelen arriesgar a escuchar mis opiniones sobre una bebida que me apasiona:

     Me daría por satisfecho con una cosa muy sencilla que consiste en que después de conocer todo lo aquí expuesto, cuando vayáis a tomar una cerveza no pidáis "una caña" o "una cerveza" simplemente sino que preguntéis cuales son las cervezas que tienen y elijáis la que más os guste como hacéis con los vinos o con cualquier otro producto.

     Seis mil clases de cerveza están dispuestas a satisfacer vuestra sed y vuestras ganas de refrescaros o de alternar social o familiarmente.
¡Salud y birra!

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