Hay momentos de extraordinario impacto a lo largo de la vida y algunos, por sí solos constituyen toda una historia por mucho que se encuentren muy espaciados en el tiempo, en las circunstancias, en las motivaciones e incluso en los recuerdos
Algo que impactó a mi hace mucho tiempo, nada menos que en el año 1953 o 54, fué la visita a una exposición de Salvador Dalí en la galería existente en aquel tiempo en Los Sótanos, de Madrid.
Fué una exposición que me causo una fuerte impresión no solo por la espectacularidad de los cuadros expuestos sino, también, por la expectación que venía despertando el pintor tanto por sus obras como por las extravagancias que se publicaban y que venían forjando un personaje al que era difícil sustraerse.
Una de las anécdotas, muy comentada, y comprobada su veracidad por mi personalmente dada la amistad que me unía con uno de los empleados del lugar donde se llevó a cabo, tuvo lugar en el muy conocido Bar Chicote, famoso por sus combinados y su excelente museo de bebidas.
Por allí recaló Dalí y con su prosopopeya habitual pidió un cóctel "rojo como la sangre". Tras varios intentos con mezclas de diferentes bebidas, no aceptados por el pintor, pidió un vaso de sifón y pínchándose en un dedo dejo caer unas gotas de su propia sangre hasta que tomo el color que le pareció más aceptable y se lo bebió pagando con una propina nada despreciable.
Al poco tiempo, encontrándome haciendo mi servicio militar, pasaba yo de uniforme frente a una gasolinera en Guadalajara y me sorprendí al ver a Dalí repostando combustible. Me acerqué a él y le comenté lo mucho que me había impresionado su exposición y le solicité un autógrafo que él, cogiéndome el gorro de soldado, me firmó sobre la prenda militar que lamento no haber conservado por culpa, sin duda, de los distintos cambios de residencia que han jalonado mi vida.
Tiempo después, por mi actividad de crítico de arte, tuve la oportunidad de profundizar en la vida y obra del artista llegando incluso a dar alguna conferencia sobre dichos temas en los que manifesté mi opinión de que Dalí, llegado tardíamente al surrealismo, era, más que un gran pintor, un singular dibujante con un excelente sentido del color y la ilustración que elevaban, justamente, su obra a las dimensiones internacionales que había alcanzado.

Un regalo que me hizo un buen amigo fué una colección de seis azulejos con dibujos de Dalí que, desde hace muchos años adornan mi casa y de los que cierto día encontré una edición de reproducciones (no autorizadas, por cierto) en una cerámica castellonense de los que adquirí dos o tres colecciones para regalar a personas muy apreciadas ya que la diferencia con las originales, excepto en el precio, que si era considerable, apenas se apreciaba de no tener ambas juntas para poder apreciar los detalles. Las mías, las auténticas, son las que aparecen aquí retratadas.
Años más tarde, allá por los 70, un marchante catalán con el que me unía buena amistad, Ismael Planells, con muy buena relación con Dalí dado que era también de Figueres, me invitó a acompañarlo a visitar al pintor y allí que nos fuimos a su casa de Cadaqués donde nos recibió en el patio donde se encontrada realizando unas curiosas transformaciones de un bibelot de porcelana al que estaba añadiendo algunos elementos de su propia cosecha. Su esposa Gala se encontraba en el Castillo de Púbol por lo que no tuve la oportunidad de conocerla personalmente.
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Más extrañado aún me interpeló "¿que vosté parla catalá? ¿no m´ha dit que es de Madrid?" "però visc a Benidorm" le respondí.
Termino el encuentro cordialmente con invitación, incluso, para que repitiera la visita "sin necesidad de un embajador" en referencia, sin duda, al común amigo Planells. Pero no se repitió la oportunidad, lamentablemente.
Solo conservo dos fotos de aquella entrañable visita al pintor que, además, no son de excelente calidad pero cumplen su misión de recuerdo y testimonio.
Que chulo este articulo!!
ResponderEliminarFue un lujo hace tiempo y es un lujo recordarlo.
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